El capitalismo y la noción de garantía

Si queremos vivir en un mundo con el concepto de garantía, hemos de aceptar la presencia del concepto maximización de los beneficios comerciales y todo lo que ello conlleva.

Ignasi Lirio

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Sintonizo una emisora de radio arbitraria, mientras lavo los platos en la cocina. De fondo, un reportaje, que casi siempre es el mismo, sobre la explotación laboral infantil en los países del Tercer Mundo. Ceden la palabra a la directora de una oenegé también arbitraria que explica, en tono grave y titubeante a la vez, lo que parece una perogrullada: que la clave la tienen las grandes corporaciones, que son las que tienen el dinero suficiente para evitar eso, pero que no hacen nada porque lo que buscan es maximizar los beneficios; y que por supuesto también la clave la tenemos los clientes con nuestra capacidad para seguir demandando o no esos productos.

Es y será difícil que los clientes hagamos uso de ese poder, debido a que se nos ha habituado a una noción, la de garantía, que ya damos por hecha y por lo tanto, no nos la planteamos. Y detrás de esa noción está la maximización de los beneficios de esas grandes corporaciones. Quien desee salirse de esta lógica perversa puede hacerlo sin impedimentos. Existen, por ejemplo, tiendas online que comercializan ropa artesana, cosida personalmente por centenares de modistas particulares, y que venden sus productos obteniendo un beneficio que podríamos calificar de justo, debido en parte a la reducción de intermediarios y también a que los precios de venta de esos productos están por lo general por encima de las camisas, faldas y pantalones confeccionados por trabajadores explotados en países en vías de desarrollo.

Sin embargo, cualquiera que haya pasado por la experiencia de comprar ropa de esta manera alternativa, sabrá que tendrá que acostumbrarse a otros estándares comerciales. Sí, realmente tu próxima blusa será cosida con mucha ilusión por una artesana de Ohio. Artesana que básicamente está sola, va a su ritmo y que como cualquier otro ser humano, podría enfermarse o verse abrumada con los pedidos a poco que cuatro o cinco personas más como tú hayan tenido la misma idea feliz. Así que esa misma blusa, que cuesta entre un cincuenta y un cien por cien más cara que la de la tienda, puede tardar perfectamente un mes y medio en llegar a tus manos, si todo va bien.

Lo mismo podría aplicarse a cualquier otro producto manufacturado que fuera adquirido en un taller local, si es que eso a día de hoy todavía fuese posible. La garantía de poder disponer, cerca de casa, casi en cualquier momento, de productos manufacturados de consumo a un precio razonable se sostiene por la avidez de las grandes compañías de maximizar sus beneficios comerciales. Esto nos convierte a todos nosotros, la totalidad de los consumidores, en colaboradores necesarios de la explotación laboral en algún punto remoto del planeta. No existe otra alternativa que no sea dejar de consumirlos, lo cual implicaría el apearnos casi instantáneamente de la rutina.

Mientras exista la libre circulación de mercancías, el único proveedor en la práctica de la noción de garantía es la maximización del beneficio comercial. El resto de candidatos a garantes funcionan con un grado de fiabilidad muy por debajo de éste. Los estados solo pueden aspirar a aplicar su lenta maquinaria de legislar y aplicar regulaciones, que siempre se verán franqueadas por la agilidad del comercio. Los consumidores somos ratones de laboratorio acostumbrados a un nivel de garantías en forma de disponibilidad de productos y precios asequibles del cual muy difícilmente nos podremos desenganchar. Recientemente han aparecido en escena gobiernos llamados “populistas” que intentan, probablemente en vano, echar marcha atrás cerrando mercados con la imposición de abultados aranceles. Con estas acciones, estos gobiernos están poniendo en riesgo las garantías existentes sin antes proponer un reemplazo, más allá de ellos mismos.

Sacrificar las garantías implica sacrificar las comodidades. Las garantías solo pueden proceder de agentes con necesidades perentorias o voracidades insaciables. Una garantía impuesta por una regulación, una ley o un decreto, deriva casi siempre en una vía de escape que se zafe de ellos. Una garantía fiada a la bonhomía de una población sensibilizada es excesivamente débil, a menos que los tentáculos de una buena campaña de marketing y las condiciones del mercado lo permitan, como se ha podido ver recientemente con todas las marcas de productos alimentarios que se han subido al carro publicitario de “Sin aceite de palma”.

Y es ahí donde está el caballo de batalla: en el punto de encuentro entre el principal proveedor de garantías (la búsqueda insaciable de incrementar los beneficios) y la voluntad del actor más cercano: los consumidores. En medio, como poder regulador emergen las campañas de marketing. Un campo de batalla envenenado, poblado de organizaciones no gubernamentales, noticias falsas y compra de voluntades que puede acabar marcando la diferencia, siempre y cuando — recordemos — las condiciones del mercado lo permitan y el margen actual de beneficios no se vea alterado. Alrededor, los gobiernos se ven impotentes y pierden peso como actores relevantes, y cada vez más están en menor disposición de presentarse ante la sociedad como garantes de nada.

Si queremos vivir en un mundo sin explotación, o nos habituamos a vivir lejos de las garantías, o tratamos de domesticarlas armonizando nuestros intereses con la inevitable búsqueda de la maximización de los beneficios por parte de grandes corporaciones.

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Ignasi Lirio
Ignasi Lirio

Written by Ignasi Lirio

Barcelona, Spain. Physicist. Writer. Poet. Digital Publishing trainer. I will talk about #NewEconomy, #Complexity #Science #Sociology

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