La escalera sentimental
La relación que nos liga libremente a otras personas está regida por los sentimientos que nos suscitan. Éstos sentimientos son graduales, y pueden recorrerse en los dos sentidos.
Abre la pantalla principal de cualquier red social a la que pertenezcas y uses con frecuencia. En algún lugar de esa pantalla encontrarás la manera de visualizar un listado de familiares, amistades o meros contactos que figuran como conexiones de tu red. Un repaso rápido a ese listado te permitiría adjudicar el tipo de relación o sentimientos que tienes con respecto a cada una de las personas de dicho listado: pareja, hermanos, primos lejanos, ex-compañeros de trabajo, etc. Gente con la que mantienes una relación intensa también en el plano físico, o al contrario, gente a la que nunca has visto en persona pero mantienes un intenso intercambio digital desde hace años incluso.
Ese sentimiento no es una simple etiqueta, sino más bien una variable. Lo que sentimos hacia alguien en particular, o vice versa, puede ir variando con el paso del tiempo y los acontecimientos; habida cuenta que esas relaciones personales suelen ser condicionales. Quizá tan solo el amor paterno/materno-filial sea el único que haya que clasificar aparte como el único puro e incondicional.
Entonces, existe una especie de escalera de subida y bajada que nos permite transitar, en el transcurso de una relación humana, a través de diversos niveles sentimentales que podrían describir la intensidad y solidez de dicha relación y, con ellas, el nivel de compromiso con esa relación.
Ésta sería, a grandes rasgos, la escalera a la que hago referencia:
En una primera toma de contacto con otra persona, estaríamos en el peldaño del Conocimiento (que no figura en la gráfica, por cierto!), donde obtenemos una primera capa de información sobre quién y qué es esa otra persona. Sabemos de su existencia y la sacamos del gran saco de anonimato en el cual vivía dentro de nuestros registros.
Si la relación avanza y existe cierta química entre ambas personas, se sube hasta el peldaño del Reconocimiento, donde se validan las cualidades y circunstancias del otro/a y, por tanto, se le concede cierto estatus dentro de nuestro listado de conocidos.
Si ese reconocimiento alcanza a gozar de nuestro beneplácito e incluso de cierta afinidad por nuestra parte, subiríamos al peldaño del Aprecio. En este nivel, no solamente reconocemos a la otra persona en las calidades que sostiene, sino que atribuímos a esas calidades de una simpatía especial, y se celebra cada reencuentro con ella, aunque no se busque o se depende especialmente de ello.
Cuando de entre todos nuestros conocidos que apreciamos, existe un subconjunto que apreciamos con especial intensidad, debido a que sus calidades nos parecen excelentes, extraordinarias o simplemente mucho más notables que las nuestras, surge la Admiración. Es cuando no solamente se festeja cada reencuentro con ese inidividuo, sino que se empieza ya a buscar de forma más o menos activa. Además, esa persona pasa a ocupar un porcentaje apreciable de nuestros pensamientos durante el día.
Si la relación con alguien que admiramos es algo que va acompañado de una convivencia frecuente, aunque sea esporádica, surje el Apego. El bienestar que nos produce su compañía se convierte en una agradable costumbre, y los eventos que provocan una convivencia ya se provocan o se programan en caso que no sean espontáneos.
Cuando una relación de apego es sostenida en el tiempo y se intensifica (en ausencia de conflictos notables), podemos afirmar que hemos ascendido hasta el peldaño del Cariño. Es ahí donde se producen muestras naturales de afirmación de ese aprecio hacia la otra persona: se le hacen regalos, gestos afectuosos… además de procurar mostrar en público esas muestras de modo que el conjunto de nuestra sociedad lo sepa.
Finalmente, cuando una relación de cariño se intensifica de modo que solo puede mantenerse en un círculo muy íntimo de muy pocas personas, habríamos subido hasta el peldaño de Amor. En este estadio, el afecto hacia esa o esas personas pasa a definirnos a nosotros mismos desde un lugar muy esencial. Nuestra vida tiene cierto sentido gracias o debido a ese Amor, que nos protege del frío interte de la separatidad primigenia, por lo que esas relaciones pasan a tener un lugar trascendental en nuestra conciencia.
Como he mencionado al inicio, esta escalera se puede recorrer, en cualquier momento, en cualquier de los dos sentidos: de subida o de bajada.
Por ejemplo, una intensa relación amorosa se puede quebrar por innumerables motivos, y hacernos caer del peldaño más alto hasta el suelo absoluto (divorcios violentos e irreconciliables) o transmutarse en una relación de cariño con cierto apego, o simplemente quedarse estables en el peldaño del reconocimiento (no siento nada especial ya por ti, pero reconozco lo que eres y lo que fuiste).
Estoy seguro que ahora mismo tienes en mente multitud de ejemplos de diversos tipos de recorridos en esta escalera. Si es así, te agradecería que los pudieras transcribir en la sección de comentarios. También si lo que te inspira expresar es un suave o rotundo desacuerdo con esta teoría que, como tantas otras tiene el grado de transpersonalidad que tiene…