La ‘Maquinocracia’, o cómo la IA podría rescatar a las democracias
¿Que pasaría si fueran algoritmo, y no unas urnas, quienes decidieran qué líderes políticos deberían gobernar?
“Las grandes mentes hablan sobre ideas. Las mentes mediocres hablan sobre sucesos. Las mentes pobres hablan sobre otra gente”
Esta cita de Eleanor Roosevelt es francamente buena, y la prueba está en que uno siempre vuelve a ella con frecuencia, como sucede con los buenos vinos.
Y es que los grandes medios de comunicación rara vez hablan de política. Si los leemos o escuchamos con atención, nos daremos cuenta que lo que hacen básicamente es hablar sobre los políticos, comentar chismes sobre ellos y ellas. Es una especie de crónica de sociedad sobre gente famosa de un área en concreto: la política.
Ésto es así porque para esos mismos medios de comunicación resulta más simple adaptar la misma retórica que emplean para narrar los entresijos de las vidas de las gentes del espectáculo, que ponerse a analizar las complejidades que hay detrás de las ideas políticas. Lo primero se vende fácilmente, lo segundo no lo leerá nadie.
Así, en cada ciclo electoral de las democracias liberales, el foco mediático se centra en comentar las peculiaridades de un conjunto limitado de personajes políticos y sus relaciones entre sí; a ser posible si esas relaciones son conflictivas o intensas. De este modo, el electorado se ve abocado a elegir cuál es su actor o actriz favorito entre el elenco de una telenovela de poca monta. No pocos acaban votando “al que le cae menos mal”, incluso al que aprecian mejor parecido físico, etc. En los debates televisados, los candidatos colaboran en este sistema e invierten gran parte de sus intervenciones en descalificar a sus oponentes, o en comentar sus trapos sucios. Rara vez se habla sobre ideas. Este fenómeno contribuye sin duda a la desafección que siente el pueblo hacia la política en general y hacia sus políticos en particular. Quizá el sentimiento dominante entre los electores siempre que sobreviene una votación sea el hastío, que provoca unas cifras de participación modestas excepto cuando se usa la visceralidad y la polarización como herramienta que atice una población que acuda a las urnas crispada. Tampoco entonces se hablan de ideas políticas, al menos de ideas que tengan cierta complejidad.
Todo ello está contribuyendo -entre otros factores- al declive de los sistemas democráticos en Occidente, declive que se observa con ojos curiosos desde los colosales regímenes no democráticos que parecen llamados a la hegemonía en el futuro cercano.
En este panorama ¿hay algo que se pueda hacer? ¿debemos simplemente conformarnos con este sistema basado en la elección periódica de los personajes de un vodevil? ¿existe alguna manera en que la ciudadanía se pueda implicar en la toma de decisiones políticas?
Mi propuesta sería sustituir dicho sistema exhausto y basado en el cotilleo sobre políticos por uno más mecanizado y basado en ideas.
Imaginen la siguiente situación: mediante cualquier tipo de aplicación informática, los electores previamente identificados pueden acceder a elegir una serie de preferencias políticas de entre un menú extenso de ideas concretas. Dichas preferencias serían enviadas y almacenadas de manera completamente anónima en una base de Grandes Datos. Por otro lado, existiría un pool de aspirantes a gobernar, que idealmente habrían pasado por un proceso de selección para verificar una solvencia intelectual mínima y un currículum sin máculas controvertidas. Dicho de otro modo, habría un control de calidad, unos númerus clausus para todos los candidatos en unas elecciones. Pero, además, dichos candidatos deberían, a su vez, elegir de entre ese mismo menú de preferencias políticas, aquellas con las que comprometen ante el electorado. Esta vez, la elección de ideas preferidas no sería anónima, pero tampoco sería pública, de modo que los electores no conocerían ni a los candidatos, ni cuáles son sus preferencias.
Entonces, en una especie de experimento de doble ciego, en lugar de celebrar elecciones donde los electores han de decidir a partir de un patético show de acusaciones y chismes entre políticos, simplemente un sistema experto equipado con Inteligencia Artificial decidiría el ganador a partir de cotejar las preferencias (anónimas) de los electores con el perfil más popular, basándose en la coincidencia de las ideas de una mayoría con las ideas escogidas por cada uno de los candidatos.
De este modo, los votantes no votarían a personajes, si no a ideas; y los candidatos no deberían defenderse de ataques contra su persona, sino defender sus ideas. Sería un algoritmo quien decidiría entonces cuál sería la composición óptima de un gobierno a partir del estudio minucioso de quiénes de los candidatos son más idóneos para conformarlo, en función de su pliego de preferencias, que entonces ya sería algo público y fiscalizable.
¿Dónde quedaría entonces el necesario debate público de ideas, entonces? Bien, éste puede seguir existiendo en cualquier esfera de la vida pública, como ya sucede en la actualidad en toda clase de tertulias mediáticas y eventos donde se permite la confrontación de ideas. Sin embargo, al no poder saber quiénes se acabarán presentado a unas elecciones, no estaría claro a quién “habría que atacar” ni si va a pertenecer a un partido o a otro. Ello permitiría desviar el foco de esas batallas personales en busca de derribar al adversario por algo más genuino, más basado en una batalla de ideas.
El algoritmo se encargaría de elegir, de entre todos los aspirantes y candidatos, a aquellos que mejor se adaptarían a las preferencias de una gran mayoría. Mediante otro algoritmo se podría medir con precisión la fidelidad de esos gobernantes al programa con el cual concurrieron anónimamente a las elecciones, y decidir entonces mecanismos de control como mociones de censura o confianza en forma de referendos con sufragio universal.
¿Podría la Inteligencia Artificial acudir entonces al rescate de la democracia? ¿Haría este sistema que grandes regímenes autoritarios introdujeran de manera controlada dichos mecanismos democráticos en sus rígidas estructuras de poder? O por el contrario ¿sería todo ésto un campo abonado para hackear sistemáticamente dichas democracias y convertirlas en sociedades zombie manipuladas desde cualquier otro elementos externo?
Se trata, únicamente, de ideas. Así que, por favor, no disparen al pianista ;-)