La variolización voluntaria masiva ¿una salida de emergencia a la pandemia de COVID-19?
Mientras el mundo espera con impaciencia la salida de una vacuna eficaz contra el coronavirus SARS-CoV2, una técnica médica de hace siglos podría dar una respuesta en el corto plazo
Muchos gobiernos, sobre todo en Occidente, se encuentran atrapados en el complicado dilema de elegir entre contener del todo la pandemia de COVID19 sin que por ello tenga que reducir a escombros toda la economía.
Los confinamientos parciales o totales, los toques de queda, las restricciones de todo tipo están sometiendo a la población a un stress de unas proporciones comparables a las de un conflicto bélico a gran escala.
Ante tal emergencia, laboratorios de investigación en todo el mundo se vuelcan en una carrera inédita contrarreloj en el desarrollo de una vacuna contra este coronavirus. Se pretende disponer de una vacuna eficaz en un tiempo récord, y no hay garantía de ello.
Las vacunas son como esos nuevos trucos que enseñamos a nuestras mascotas, o esas nuevas palabras que enseñamos a nuestros hijos
Existen diversas estrategias para diseñar una vacuna. Algunas inoculan una versión inactivada o atenuada del virus, otras fragmentos inocuos del mismo, o incluso porciones de su ARN. El objetivo de toda vacuna siempre es el mismo: entrenar a nuestro sistema inmunológico para que reconozca al virus como un intruso que debe eliminar totalmente de nuestro organismo. Un sistema inmunológico que no conoce a un nuevo virus porque “no lo ha estudiado” antes, es fácil que se vea superado por una infección súbita y acabe claudicando, produciendo una enfermedad grave o incluso la muerte del organismo que lo alberga (o sea, nosotros). Las vacunas son como esos nuevos trucos que enseñamos a nuestras mascotas, o esas nuevas palabras que enseñamos a nuestros hijos.
Sin embargo, el diseño y desarrollo de una nueva vacuna requiere tiempo y grandes inversiones. Porque tiene que ser, por un lado, segura (primer punto del juramento hipocrático) y eficaz.
Es posible que las tan ansiadas vacunas que los diferentes laboratorios están anunciando se puedan empezar a distribuir en algunos meses, pero que tengan una eficacia parcial (del 50 o 60%) y que, además, precisen de varias dosis para garantizar dicha eficacia parcial. No estamos entonces ante un panorama demasiado halagüeño.
La variolización consiste en inducir o provocar una enfermedad infecciosa en el paciente que se desee proteger, de manera que la desarrolle en una modalidad leve o muy leve
En este punto, y ante la extrema gravedad de la situación, cabe preguntarse si tienen sentido la búsqueda de soluciones más arriesgadas o aventureras. Y es entonces cuando podemos recurrir no solo a la ciencia y tecnologías más avanzadas de nuestro tiempo, sino también a la historia de hace siglos. Es ahí donde encontramos una técnica rudimentaria que pretendía combatir pestes, como por ejemplo la viruela, cuando no existía todavía el concepto de vacuna.
Se trata de variolización, una técnica profiláctica practicada en varias partes del mundo, desde el siglo XVI pero sobre todo a partir de principios del siglo XVIII.
La variolización consiste en inducir o provocar una enfermedad infecciosa en el paciente que se desee proteger, de manera que la desarrolle en una modalidad leve o muy leve. De esta forma, el sistema inmunológico del paciente podrá hacer frente con garantías al reto del invasor desconocido con garantías, alcanzando así la deseada inmunidad. En aquella época, la variolización se realizaba de modos rudimentarios: desde vestir al paciente con las ropas sucias de otro para provocar el contagio, hasta la inoculación de pus de un paciente ya infectado y enfermo en una suturación practicada al paciente sano.
Obviamente estos médotos son implanteables a día de hoy, son tan arriesgados que violarían cualquier código deontológico de la praxis médica.
Sin embargo, adaptando la idea inicial de la variolización a la situación actual con la pandemia de COVID19, y cotejándolo con la información que ya disponemos sobre ella, no sería descabellado pensar en alguna forma técnicamente más refinada de variolización para llegar cuanto antes a una útil inmunidad de grupo que nos devolviera a una situación social y sanitaria sostenible mientras trabajamos con la necesaria calma en una vacuna altamente eficaz y definitiva para el coronavirus SARS-CoV2.
Por un lado, sabemos que la gravedad de la enfermedad COVID19 desarrollada depende en gran medida de la llamada carga viral[1][2][3]. Es decir, cuando se produce un contagio fortuito, nuestro cuerpo queda infectado por una determinada cantidad de virus. Sería como una especie de “Saldo inicial de virus”. Durante los primeros días de infección, este saldo inicial se multiplica exponencialmente, doblegando la capacidad de nuestro sistema inmunológico para responder adecuadamente a tiempo y, por tanto, viéndose superado por la expansión del virus; que va colonizando diferentes órganos del cuerpo, algunos de ellos tan vitales como los pulmones, desencadenando neumonías y otras afecciones respiratorias que podrían desencadenar en la muerte.
Se ha observado también que una infección con una carga viral menor, sobre todo en individuos sanos y jóvenes acaba en un tránsito del virus por el cuerpo sin desencadenar enfermedad alguna: los famosos asintomáticos. En esos casos, el saldo inicial, el modesto batallón de virus que inicia la infección, es lo suficientemente pequeño como para que un sistema inmunológico en condiciones razonables pueda lidiar con ello, generar los anticuerpos correspondientes y adecuados y expulsar al indeseable invasor en unos pocos días sin mayor contratiempo.
En algunos casos no se llegan a exhibir síntomas de enfermedad alguna, en otros se desarrolla una enfermedad leve, similar a una gripe, que se supera al cabo de una semana con los cuidados habituales.
Estas personas, en su mayoría, sobretodo si han pasado por una enfermedad leve, pasan a ser inmunes a la COVID19 por algún tiempo (se estima que en torno a los siete meses) y por tanto no pueden contagiar ni ser contagiadas. Podrían seguir realizando una vida normal.
Pues bien, estudiando y conociendo bien la relación entre la dosis de virus recibida en un contagio —la carga viral— y la gravedad de la enfermedad que desencadena, se podría plantear una variolización controlada y voluntaria en personas sanas, con el objetivo de conseguir comunidades con % de inmunidad de grupo lo suficientemente elevadas como para invertir la tendencia de la epidemia, indicada en su parámetro de transmisión R, de modo que éste pueda estar siempre por debajo de uno y tener siempre la pandemia en modo remitente, en lugar de modo expansivo. De esta manera, se alejaría en esa comunidad el fantasma de un colapso sanitario, los confinamientos y, por lo tanto, el colapso también de la economía.
Si se pudiera organizar una campaña masiva y voluntaria de variolización del virus SARS-CoV2 en una comunidad dada (ciudad, país, región…) se podría ganar un tiempo muy valioso de recuperación económica mientras llega la vacuna definitiva. Pero ¿en qué consistirían dichas campañas?¿cómo se podrían implementar?
- En primer lugar, se tendría que realizar un censo de personas sanas, es decir, población que no fuese de riesgo, ni por edad ni por patologías previas o factores agravantes.
- En segundo lugar, se tendrían que dividir esa población sana en grupos de control, que serían sometidos a la variolización, mediante la inoculación precisa y controlada de una carga viral de prueba, siguiendo la regla “de menos a más” (al inicio una carga muy muy débil, para irla subiendo después)
- En tercer lugar, se realizaría un seguimiento de la población variolizada: prueba PCR a las 48/72 horas de la inoculación para confirmar infección, seguimiento de síntomas y posible agravamiento (con hospitalizaciones garantizadas), confinamiento hasta prueba de anticuerpos a los 14 días
- Los individuos que superaran la prueba de anticuerpos tendrían permiso para hacer vida normal sin restricciones (salvo un uso cívico simbólico de la mascarilla) y se podrían incorporar a sus actividades. La población de riesgo mientras tanto seguiría en un confinamiento estricto o parcial.
- Se reitera el proceso hasta que el censo de población inmune supere un cierto umbral (60% por ejemplo) para pasar a una “nueva normalidad” con una cierta inmunidad de grupo
Esta técnica tiene sus riesgos, lógicamente: una parte de la población variolizada pasaría por la experiencia de forma asintómatica, otra a través de una enfermedad leve y soportable; pero también otro % podría requerir de hospitalización, atención en UCIs i incluso fallecer. Se trata entonces de trabajar de forma exhaustiva con los datos que ya conocemos de letalidad y gravedad para calibrar una variolización muy precisa, no como la que hacían “a ojo” en el siglo XVIII para minimizar los efectos nocivos en una cuenta de riesgo-beneficio típica de situaciones de emergencia. Además, existe el handicap no menor de la obligatoria voluntariedad de la variolización que, para que fuera existosa, tendría que ser practicada a una mayoría abrumadora de una población temerosa y escéptica.
Al final del proceso, se tendría que realizar un control estricto de la movilidad entre comunidades variolizadas, ya que una vez conseguida la inmunidad de grupo, el virus puede seguir presente pero tiene pocas probabilidades de prosperar. Sin embargo, pasados unos meses la inmunidad decae y finalmente desaparece. En ese tiempo, se supone que la presencia del virus habrá decaído hasta llegar a desaparecer, y tenemos un panorama idéntico al anterior del inicio de la pandemia. Es decir, como ahora mismo están, por ejemplo, en Wuhan, la ciudad donde se inició el foco.
Hasta que llegue la vacuna eficaz y ponga punto y final a esta pesadilla.