¿Puede una Ola de Calor ayudar a mitigar el Calentamiento Global?
El titular puede parecer un oxímoron, pero la atmósfera terrestre es compleja y, como tal, está repleta de paradojas interesantes como ésta que explico a continuación.
Mientras escribo este artículo (10 de agosto de 2021), se cierne sobre mi tierra — la península ibérica — una ola de calor de bastante importancia, por su intensidad y duración: se esperan temperaturas sostenidas de más de 43ºC en todo el sur y sureste peninsular durante más de cinco días.
Hasta aquí la capa de información que llega a la mayoría de ciudadanos a través de la simplificación de los titulares de prensa y televisión, y cuya finalidad principal es advertir a la población de los riesgos que supone semejante ola.
A partir de ahí, la cosa empieza a entrelazarse y complicarse, con el resultado esperable de generación de confusión, sobre todo a través de la batidora de las redes sociales, a saber: que es algo normal, siempre ha hecho calor en agosto, que si la culpa es del cambio climático, etc. En los siguientes párrafos vamos a intentar despejar este escenario espinoso, adentrándonos de manera clara en una serie de aspectos básicos sobre estos fenómenos, y sobre la meteorología en general, una rama de la ciencia que me resulta fascinante.
No, nunca ha hecho este calor. Cada vez hace más.
Empecemos con la primera cuestión, que a menudo sacan a relucir los comentaristas más informales de las redes sociales en forma de lugares comunes sarcásticos del tipo “Oh, qué sorpresa, ¡hace calor en verano!”. Pues sí, en verano suele hacer calor, pero de lo que se habla es de que cada verano es más caluroso. He aquí un simple gráfico de la AEMET, donde se muestra la evolución de la temperatura promedio en España durante el mes de agosto, en una serie que va desde 1981 al 2010 (sólo):
¿Sigue sin convencerle? He aquí otra serie algo más amplia, de 1950 a 2018, realizada por la Servicio Catalán de Meteorología, y con medias anuales, no sólo de agosto:
Y así podría pasarme los siguientes cuarenta o cincuenta párrafos de este artículo mostrando toda clase de histogramas y series históricas de todos los lugares del mundo que ratifican este fenómeno.
Sí, el Calentamiento Global es de origen antrópico
Tras décadas y décadas de estudio sesudo por parte de numerosos investigadores especializados de todo el mundo, las dudas son muy pocas: quizá hace veinte años todavía no se podía concluir con rotundidad (la ciencia es muuuuy cauta) que estas anomalías térmicas atmosféricas fueran la consecuencia de la actividad humana. A día de hoy, el consenso es prácticamente unánime: no se puede explicar semejante calentamiento con fenómenos naturales que induzcan cambios climáticos, como ha ocurrido en el pasado en todas las escalas de tiempo.
Si bien hace esos veinte años, la comunidad escéptica y los negacionistas del Cambio Climático negaban la mayor; ahora aceptan que hay un calentamiento global, pero por causas naturales de lo más variopinto: que si una variación de la actividad solar, que si un cambio en la órbita terrestre… no existe ninguna evidencia científica seria de esas teorías (búscalas, si quieres), que ahora son un patrimonio exclusivo de patanes, conspiranoicos y cuñados en general.
Y el Cambio Climático por Calentamiento Global, uno de los regalitos que nos trae son las olas de calor y los temporales violentos de nieve en latitudes inusuales, debido a la alteración de la circulación atmosférica global: las suaves corrientes planetarias se ondulan, serpentean, se inestabilizan; las borrascas árticas se “descuelgan” (las llamadas a veces DANAs) y provocan inundaciones, y del mismo modo suben lenguas de aire de fuego desde el desierto del Sáhara hasta el Mediterráneo y más al norte.
Ahora hablemos de ESTA ola de calor (Agosto 2021)
Desde hace más de una semana, los modelos matemáticos que estudian la evolución de la atmósfera a corto plazo, avisaron de un importante ola de calor para el suroeste de Europa en general y para la península ibérica y el noroeste de África en particular. Esta ola de calor consiste básicamente en que una gran masa de aire muy caliente, que habitualmente vive reposada sobre el desierto del Sáhara (Argelia, Libia, Níger…) asciende hasta latitudes mucho más al norte. Esta gran masa de aire tórrido trae consigo micropartículas de polvo en suspensión de ese mismo desierto. Es como una enorme tormenta de arena, solo que más tenue y persistente.
La subida tan sofocante de las temperaturas se debe a que el aire ya cálido veraniego es reemplazado por el aire muy caliente de la masa sahariana. Si el fenómeno se quedara sólo en eso, los termómetros podrían alcanzar fácilmente los 50ºC en gran parte del sur de España. Sin embargo, una vez pasadas este tipo de olas de calor, los registros de temperaturas, aún siendo de récord, suelen quedarse unos 3 o 4 grados por debajo de los previstos por los modelos numéricos. En el mapa computerizado se preveen 49ºC en Córdoba, que probablemente se queden al final en unos ‘moderados’ 44ºC ¿Por qué? Para responder a esta pregunta, primero hay que comprender cómo se comporta la atmósfera.
Cómo interactúa la radiación con la atmósfera
Del sol nos llega su luz durante el día, obvio, pero no toda su luz. Debido a la composición química de la atmósfera terrestre, a medida que la radiación solar penetra por ella, algunas frecuencias se absorben y se reemiten en otra, otras son reflejadas y otras atraviesan todo el aire hasta llegar al suelo; que a su vez también refleja, absorbe y reemite (y vuelta a empezar). Un proceso sofisticado que necesitaría de varios artículos como éste para poderlo explicar con un mínimo de solvencia. Sin embargo, existen dos fenómenos que se han popularizado debido a su difusión mediática que entrarían dentro de esta dinámica atmosférica: el famoso agujero en la capa de ozono y los gases de efecto invernadero (GEIs)
El primero empezó a popularizarse en los años 80, cuando los científicos alertaron que el grosor de la capa de ozono estratosférico se había debilitado enormemente en los polos (“agujeros”) y parcialmente en otras latitudes. Este descubrimiento llevó, en menos de una década, a adoptar cambios urgentes en la industria química, que tuvo que abandonar el uso de algunos gases como los CFCs, que provocaban ese debilitamiento. Los efectos de perder la capa de ozono serían absolutamente devastadores para la biosfera, ya que dicha capa es una de las responsables de reflejar una parte de esa radiación solar, la ultravioleta, haciendo así de crema protectora solar a escala planetaria y evitar así que toda la población fuésemos pasto de un más que seguro cáncer de piel. Con la rectificación de una actividad humana se consiguió años más tarde constatar la regeneración de la capa de ozono. La humanidad se percató que estaba cometiendo un error y destruyendo algo esencial para la supervivencia y reaccionó a tiempo. Bala esquivada.
El segundo también empezó a popularizarse en esa época, pero no ha sido hasta el siglo XXI que un tema que parecía difuso o controvertido, se ha convertido en la más grande amenaza que jamás haya afrontado la humanidad desde las grandes glaciaciones hace decenas de miles de años; con la diferencia que esta vez la humanidad parece que no quiere o no puede responder y reaccionar. En esencia, el calentamiento global se produce porque la actividad industrial intensiva humana emite una cantidad de GEIs (CO2, vapor de agua, óxidos de nitrógeno, etc etc) que la biosfera es incapaz de procesar a tiempo. Por lo tanto, estos gases se acumulan por toda la atmósfera. Más allá de su posible efecto nocivo para la respiración, el problema es que estos gases producen el llamado efecto invernadero: cuando la radiación solar llega a la superficie terrestre, ésta la reemite en forma de radiación infrarroja (=calor) que, en lugar de luego perderse hacia arriba en el espacio para siempre, se topa con una capa de GEIs que la vuelven a rebotar hacia el suelo. Ésto hace que vivamos como en un invernadero, en un ambiente de aire recalentado. Y a partir de ahí los deshielos, etc.
No toda la contaminación son GEIs
Sin embargo, no todos los gases que se producen fruto de la actividad industrial humana son culpables del efecto invernadero. Por ejemplo, las estelas que dejan los aviones, aún conteniendo GEIs, provocan un apantallamiento de la luz solar. Seguramente podrás recordar esos días en los que se han juntado varias de esas estelas de condensación (lo que los conspiranoicos llaman erróneamente ‘Chemtrails’) persistentes cruzando los cielos formando una composición abstracta de líneas rectas. Esos días, la luz solar se ve disminuida en parte porque esas estelas son nubes altas que reflejan parcialmente la radiación del sol. Dicho de otro modo, las estelas de los aviones, o en general los llamados aerosoles, contribuyen a que nos llegue menos radiación solar, tanto en forma de luz como en forma de calor (radiación infrarroja).
Pues bien, no. No me he olvidado de la ola de calor de agosto de 2021. Todo ésto hasta ahora era un prólogo para entender la paradoja que es el leiv motiv de este artículo: de cómo una ola de calor puede tener la clave para mitigar el Calentamiento Global. Como mencioné antes, la masa de aire tórrido sahariana trae consigo polvo microscópico (arena) en suspensión, a lo largo de centenares y miles de metros de altura. Este polvo provoca dos fenómenos en la atmósfera: por un lado, al tratarse de aerosoles, ayuda a que parte de la radiación solar, incluida la infrarroja — la que calienta — alcance la superfície terrestre. Por lo tanto, enfría. Por otro lado y de manera secundaria, las partículas de polvo actúan como lo que se denominan núcleos higroscópicos: impurezas que permiten la formación de gotitas de agua. Como la masa de aire sahariana ha de cruzar un mediterráneo caliente, el resultado es… ¡la formación de nubes!
Como curiosidad, éste fenómeno está en la base de una práctica que empezó a realizarse en la antigua URSS en los años 50 del siglo XX, y que hoy en día también se hace en China y países árabes: sembrar las nubes para que llueva.
El caso es que olas de calor como las de Agosto de 2021 en España suelen traer nubes, que incluso pueden llegar a precipitar dejando tras de sí ese rastro de polvo tan característico sobre los coches aparcados en la calle, y cielos que parecen sacados del planeta Marte. El aire es muy caliente, es más húmedo de lo habitual, pero al bloquear parte de la radiación solar, las temperaturas no suben tanto.
Lanzar aerosoles para contrarrestar los GEIs
Y es aquí donde llegamos al final del camino al unir los puntos y plantearnos una cuestión nada fácil por otro lado: si los aerosoles (como los que traen las olas de calor saharianas) sirven para enfriar la atmósfera y, sobre todo, para no sobrecalentar la tierra ¿podríamos usarlos como antídoto para el efecto calentador de los GEIs? ¿Y si en lugar de miles de chimeneas de fábricas expulsando CO2, éstas inyectaran aerosoles para tener un sol menos caluroso, ya que nuestra atmósfera se volvió más caliente, y equilibrar así el balance evitando las temibles subidas de más de 4ºC que preveen los científicos para antes de 2100?
Dejo esta idea encima de la mesa, así como este artículo, ya que responder a esta cuestión es algo bastante más complicado de lo que parece. Se necesitan más estudios que permitan conocer con detalle qué tipo de aerosoles pueden ser los más eficaces para frenar la entrada de radiación infarroja mientras dejan que la luz visible siga entrando (para los paneles solares y la fotosíntesis), así como sus posibles efectos perjudiciales para la salud respiratoria de humanos y animales.
Como el advenimiento del Cambio Climático parece ya del todo irreversible, y los esfuerzos por pararlo son inútiles; al menos podemos plantear cómo contrarrestar sus efectos con ideas audaces de modificación inversa de la atmófera ¿no creen?